El motor de internet son los porcentajes. Números sin cara ni cuerpo que la fotografían casi espontáneamente para definir su topografía, sus contornos y los perfiles de aquellos que habitan este ecosistema artificial cada vez más expansivo. En el caso del internauta argentino promedio, sus costumbres ya fueron reveladas: tiene entre 18 y 29 años, se conecta con banda ancha principalmente desde su casa, utiliza la red más que nada para realizar búsquedas de información local, no tiene miedo de ingresar online la clave de su tarjeta de crédito y es más consumidor que productor de contenido multimedia. Así, al menos, lo sugiere una encuesta realizada por la firma Pyramid Research y difundida por su contratador, Google Argentina.
Un dato no destacado por el gran oráculo de la red, pero importante, es que la consultora fundada en 1986 realizó sus proyecciones y su disección de los gustos del navegante argentino luego de entrevistar telefónicamente a 307 personas: una muestra reducida.
El 38% de los sondeados tenía entre 18 y 29 años, el secundario completo y se describía como perteneciente a la clase media.
A diferencia del resto de América Latina, donde los internautas se conectan en su trabajo (o sea, entre los horarios de 9 a 18), los argentinos lo hacen predominantemente desde su hogar por medio de banda ancha (el 85%), que cuenta con un crecimiento anual del 54% de usuarios.
O sea, lo que se dice una vida online. “Internet se convirtió en el prime time. Hay consumo en cualquier momento. La conexión a internet es el principal medio”, señaló el encargado de echar a rodar los datos duros, Gonzalo Alonso, gerente general de Google Latinoamérica.
Entre millones de webs, el principal uso que se le da a la red es búsqueda de información local (88%), entretenimiento (43%), educación (31%) y actividades relacionadas con el trabajo (17%).
Predomina el uso de computadoras de escritorio por sobre las laptops y los dispositivos móviles, y a la hora de sacarle el jugo a la red se empieza primero por el webmail (90%), mensajería instantánea (66%) y chat (33%)
Igualmente, internet es vista como un gran fuente para bajar cosas: música (88%), videos cortos (57%), películas y series (57%). “Los latinoamericanos somos buenos bajando videos pero malos subiendo. Quizás porque no están difundidos los medios para hacerlo –dijo Alonso–. Somos audiencia, no productores como en Europa, donde el tema está más balanceado.”
El comercio electrónico (que ronda los mil millones de dólares), en cambio, es propio de los que superan los 30 años: los que eligen la web como supermercado operan desde su hogar, el 90% planea gastar más o igual cantidad en el futuro, y principalmente compran productos electrónicos (47%), ropa (42%) y computadoras (21%). Los incentivan los precios bajos y los impuestos reducidos, pero los desaceleran los altos costos de envío y la falta de acceso a tarjetas de crédito o débito.
Y el tiempo les sobra.
OPINIÓN
Sobredosis de elección
Federico Kukso
Multiplicadora de porcentajes vacíos, idolatrada por gerentes high-tech que ven en ella el espejo de todo lo bueno, internet más que nada es una trampa de libertad que no se piensa. Cada vez que uno enciende la computadora, le da doble click al ícono de la conexión a banda ancha (que exilió para siempre el chirrido casi afectivo del dial-up) y al abrir el navegador invade siempre el mismo frenesí: como en casi ninguna otra instancia de la vida, uno tiene allí, enfrente suyo, la ilusión, y sólo eso, de poder hacer lo que quiera. Comprar un osito panda en un sitio japonés, chatear con una mongolesa que se hace llamar Charlotte, hablar vía webcam con el vecino y pedirle azúcar.
Todo, aparentemente, está ahí, a un clic de distancia. Sin embargo, pasan los minutos y la adrenalina cae en picada. La angustia y la desesperación, potenciadas por no saber cómo y no saber qué –¿y ahora qué ver?–, les ganan a las ambiciones de saber. La imaginación se congela y todo internauta se espanta. YouTube, la fuente infinita de imágenes en movimiento, se vuelve aburrida. Los blogs con comentarios de más de cuatro párrafos duermen y los fotologs que muestran siempre las mismas fotos de chicos y chicas frente al espejo ahuyentan.
La sobredosis de elección termina por agotar la poca imaginación y creatividad que uno tenía guardada en el bolsillo. Y ahí uno cae en las redes de las redes sociales: sube fotos, escribe cosas que a nadie le importa y se cansa. Apaga la computadora y a otra cosa.
fuente: CriticaDigital.com
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